Habían unos ratoncitos en la cocina de una casa cuya dueña tenia un hermoso gato, tan buen cazador, que siempre estaba al acecho.
Así, pues, los pobres ratones no podían asomarse a sus agujeros, ni siquiera en el silencio y oscuridad de la noche, temerosos de los zarpazos de su terrible enemigo. No pudiendo vivir de ese modo por mas tiempo, pues no tenían nada con que alimentarse, se reunieron un día para pensar un medio de salir de tan espantosa situación.
-Yo les diré lo que hay que hacer – dijo un joven ratoncito -Atemos un cascabel al cuello del gato, y por su tintineo sabremos siempre el lugar en que se halla.
Tan ingeniosa proposición hizo revolcarse de gusto a todos los ratones, que se rieron a carcajadas.
Pero un viejo ratón observo con malicia:
-Muy bien, pero ¿Quién de ustedes le pone el cascabel al gato?
Ninguno contestó.
Es mas fácil decirlo que hacerlo.