[:es]Empujones que nos ayudan en la vida[:]

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[:es]Un millonario organizó una fiesta a la que asistieron muchos amigos.

A medianoche el anfitrión pidió silencio y la orquesta se detuvo.

Mirando hacia la piscina donde criaba cocodrilos australianos, les dijo a sus invitados:

-El que logre cruzar la piscina y salir vivo por el otro extremo, ganará como premio todos mis automóviles. ¿Alguien se atreve?…




Petrificados, los invitados se quedan en silencio y el millonario insiste:

– El que se atreva, ganará también mis aviones.

Continúa el silencio.

-El que lo logre ganará también mis mansiones.

En ese momento alguien se lanza a la piscina. La escena es impresionante:

Se desata una lucha intensa, el hombre se defiende como puede, agarra con los pies y las manos la boca de los cocodrilos, les tuerce la cola. La violencia y el temor se adueñan de los presentes. Fluye la sangre. Parecía la filmación de una película. Al rato sale el valiente individuo lleno de arañazos, moretones y casi muerto.

El dueño de la casa se aproxima para felicitarlo: – ¿Dónde quiere usted que le ponga mis carros?

– Gracias, pero no quiero sus carros.

Sorprendido el ricachón le pregunta:

– Bien, ¿Y los aviones? ¿Dónde se los entrego?

-Gracias, pero no quiero sus aviones.

Extrañado, le sigue preguntando:

-¿Y las mansiones?

-Mire amigo, yo tengo una bella casa, no necesito de las suyas. Puede quedarse con ellas. ¡No quiero nada que sea suyo!

Impresionado y confundido le dice el anfitrión: -¿Y si no quiere nada de lo ofrecido entonces qué es lo que quiere?

Y el hombre le respondió irritado: -¡Encontrar al desgraciado que me empujó!

Moraleja: Somos capaces de realizar muchas cosas que a veces ni nosotros mismos no creemos. Pero necesitamos el empujoncito y en ciertos casos, hasta algún desgraciado es útil en nuestra vida. Sepamos convivir con ellos, son parte de nuestro destino.

No todo en la vida es fácil. Hay que sortear muchas veces los obstáculos que impiden nuestras audacias. Hay que arriesgar. El que pretenda hacer algo manteniendo los dos pies en el suelo, no se moverá nunca.

Decía Charles Dickens: «No sabe el hombre de lo que es capaz hasta que lo intenta».

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